¿Por qué querer ser grandes siendo pequeños, si aquel que es verdaderamente grande se hizo pequeño para salvarnos?
Es difícil comprender cómo pueden existir tantas personas con ínfulas de grandeza siendo nada, es difícil comprender personas llenas de supuesta omnipotencia no teniendo ningún poder
¿Y saben que es lo peor? Que a las personas que hacemos sufrir con estas actitudes son las que están más cerca de nosotros: nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros abuelos, aquellos que nos quieren, en fin, tantas personas para las que a veces no tenemos ojos.
Queremos ser grandes, pero no, sólo Uno es grande, Jesús, el que cargó la cruz y la llevó hasta el Gólgota para salvarnos. Pero mientras nos convencemos de nuestra pequeñez vamos rompiendo corazones y asesinando con la indiferencia, sí, asesinando y no sólo con la indiferencia, sino también con la arrogancia, con la altivez, con palabras, con miradas, etc.
Ojalá te pudieras detener a pensar en esa o en esas personas, a las que les has roto el corazón o a las que has asesinado con tus comportamientos.
Piensa, te invito a pensar: ¿A cuántos has herido con tus palabras? ¿Te sientes más grande que los demás, por qué? ¿A caso tu aspecto físico te hace mejor que otros? O ¿tal vez porque cuentas con unos pesos más que algunos?
No querido joven, no podemos cerrarnos en nuestro ego, no somos nada, no somos nadie para juzgar. Jesús no juzga, Jesús acoge, ama, levanta, restaura. Tenemos por ejemplo a la mujer adúltera, los leprosos y marginados sociales que Él acogió y sí lo hizo Él, que es Dios ¿Por qué no hacerlo nosotros?
Hoy te hago una invitación, te invito a morir, sí, a morir… morir a todo aquello que no te ayuda a vivir la experiencia del amor, del encuentro y de la reconciliación, te invito a morir a tu orgullo, a tu prepotencia, te invito a morir a tu complejo de omnipotencia, te invito a morir a tu soberbia, te invito a morir a la desobediencia y a la grosería, te invito que mueras tú, a que muera tu frío corazón, carente de calor.
Te quiero decir algo más, no olvides que todo llega en este mundo y todo pasa; el pasado es irrecuperable. El pasado se nos va y se nos va para siempre, solo queda en nuestra memoria como recuerdos del ayer que no volverán. Como dice el Papa Francisco: “Queridos jóvenes, ustedes son el presente, no son el futuro… ustedes, jóvenes son el ahora de Dios.”
Llenamos nuestros celulares de fotos con nuestros padres, con nuestros hermanos y amigos, con la persona que queremos y cargamos nuestros chats, de te amo y te quiero, pero no hacemos nada para que nuestras acciones confirmen nuestras palabras. ¿Qué esperas?
¿Qué el tiempo se acabe? ¿Qué llegues al final del camino de la vida? ¿Qué salgas un día de casa y no halles el camino de vuelta?
Tengamos presente que cumplimos un tiempo en la vida terrena. Que el momento de partir no nos tome de sorpresa. Abramos nuestro corazón al amor de Dios, amemos y vivamos siempre en la paz y la alegría que es fruto del Espíritu Santo.
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