Ustedes saben que Juan en su Evangelio nos coloca en otro nivel… Cuando Jesús hace referencia al Hambre y sed, no se está limitando al campo material o fisiológico del hombre, sino que al igual que en el diálogo con la Samaritana, el hambre y sed él las propone como necesidades existenciales y profundas del hombre, y de estas necesidades se juegan muchas cosas en la vida del cristiano, del discípulo del Señor. El hambre y la sed nos hacen caer en cuenta, qué tenemos una carencia, que algo falta… Ahora, podemos creer que tener hambre o sed existencial, hambre y sed de amor no es bueno, o creer que quien la tenga no está bien, e incluso creer quien está en la Iglesia y está con el Señor no debería tener sed ni hambre, debería estar saciado… Hoy les digo y me digo como lo grita Esteban en la primera lectura: «Ustedes siempre resisten al Espíritu Santo». Que gran verdad, nos da miedo la libertad de Espíritu, porque como le decía la semana pasada Jesús a Nicodemo: El Espíritu es libre, sopla como quiere y donde quiere, nos saca de nuestros viejos esquemas, desordena la comodidad de la Iglesia, hace estragos santos… Y mucha veces resistimos al Espíritu en nuestra hambre y en nuestra sed… ¿Cómo así padre? ¿No sabían que el hambre y la sed son dones del Espíritu?…
El Cristiano no es el hombre o la mujer llena, saciada, colmada, sino el hombre insatisfecho, necesitado, deseoso siempre de Dios, “dichosos los insatisfechos porque ellos serán saciados”. Si estás hoy aquí y te sientes lleno, revísate porque es un mal síntoma, así estaba el Sanedrín que condena a Esteban hoy, se creían terminados, no veían la posibilidad de ver la sorpresa y la innovación de Dios, el hambre y sed de Esteban les denunciaba su llenura falsa… Cuantos de nosotros hoy nos sentíamos llenos con la oración que hacemos, por venir al ayuno, a la Eucaristía, por hacer cosas y nos contentamos con eso. No sabían que si hacemos ayuno es para vaciarnos más, para sentir más hambre, más sed. El problema no es si tengo sed o hambre, el problema es quien es la fuente para llenarla. Cuando Dios creó al hombre, creo en él, el hambre y la sed de Dios, pero al mismo tiempo Dios se llenó de hambre y de sed del hombre, es decir que el hombre tiene hambre y sed de Dios y Dios tiene sed y hambre del hombre, es decir, que la Eucaristía, la vida, tu vida, es el encuentro entre el hambre y sed del hombre y la sed y hambre de Dios. Pero hay algo particular, el hambre de Dios alimenta y la sed de Dios da agua, esa hambre y esa sed no las deja saciada, las deja con más hambre y con más sed, no las apaga, sino que las enciende más.
El cristiano con Dios se vuelve más hambriento, más sediento, el discípulo es el hombre y la mujer del más, lo contrario del mundo, el mundo nos quiere llenar, aunque es una labor imposible, pero el mundo nos engaña y la hace aparente. Ahora, algo que no pasa con nosotros, nuestra hambre y nuestra sed no le pueden dar al otro la comida y el agua que el otro necesita y si les da, las da en pequeñas dosis… se dan cuenta que puede pasar si yo quiero llenar mi hambre y sed en el hombre, ¿qué pasa al encontrarse dos hambres humanas, dos sed humanas? sencillo: desgastarse más, tener más sed, tener más hambre y convertirte en una mala hambre y una mala sed… revisemos nuestras relaciones…
Queridos hermanos pidamos al Espíritu Santo que nos dé el don de no resistirle, que nos dé el don de la sed y del hambre divina, de desear y querer más cielo, de no dejar llenarnos de cosas que callen nuestra verdadera hambre y nuestra verdadera sed; que nos saque de nuestra falsa llenura y que nos libre de quedarnos en la fuentes humanas para saciarnos.
“Dichoso aquel que tiene hambre y sed de Dios”. Amén.
Padre Fercho.
Imágen: https://www.cathopic.com/photo/2721