Estas entradas que he venido compartiendo contigo, vienen desde mi experiencia con Cristo y María. Te hablo de Jesús, de la forma en cómo lo he conocido, desde mi cotidianidad, para que así tan sencillo como ha sido conmigo, lo sea contigo.
Hoy quiero traerte una de esas lecciones que el Espíritu Santo me ha hecho comprender a lo largo de este duro y hermoso camino que llamamos vida.
Hace muchos años, siendo una niña, leí un pequeño cuento (que recuerdo estaba en un cartel en la entrada de mi colegio) que seguro todos ustedes han leído o han oído.
Se llamaba “Huellas en la arena”
A pesar de mi edad, puedo decirte, que contemplé aquella historia con especial ternura. Así que guardé muy en el fondo de mi corazón esta dulce narrativa, que después de muchos años empolvada y descuidada en algún espacio de mi ser, cobró sentido cuando empecé mi camino de conversión al verdadero catolicismo.
¿Recuerdas como dice ese cuentecito?
Una noche tuve un sueño… soñé que estaba caminando por la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida.
Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor.
Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena.
Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: “Señor, Tú me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo, a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo porque Tú me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba”.
Entonces, El, clavando en mí su mirada infinita me contestó: “Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos”.
Puede que para algunos esta parábola sea repetitiva, pero hoy, para mí, es exactamente lo que sucedió cuando atravesé las pruebas más duras de mi corta existencia. Y creo, que también resumirá, los altibajos que han de venir.
Hubo momentos de mi vida en que quise soltar mis brazos y no seguir luchando.
Momentos de mi vida en el que quise rendirme y decirle a Jesús “me estas dejando sola, no puedo más”.
Hubo días en donde sentí que todo se venía al suelo y creía no encontrar solución, pero cuando estaba a punto de caer o de desistir, y solo lloraba, apareció la luz.
Períodos de mi vida muy fuertes, desde mi sensibilidad. En esos instantes sentía que estaba al borde de un abismo, que solo había un hilo, desgastado, que me sostenía.
En esos momentos, sentía que merecía estar en el hueco donde sucumbía.
Hablar de ello aún sigue siendo doloroso, pero puedo decirte, que hubo Alguien que me sostuvo, que fue mi respaldo, que me detuvo cuando estaba por tirar la toalla.
Hoy, cuando miro hacia atrás, pienso “Jesús no te abandonó y solo sometió tu proceso a pruebas para fortalecerte” Jesús estuvo conmigo, aun cuando me ausenté de Él, porque no quería hablarle y le cuestionaba sobre todos esos eventos que acaecían. Pero Jesús, el Señor, me respondió como le respondió a Gedeón, y solamente pude darme cuenta de eso, cuando afronté la prueba y proclamé, humildemente, mi victoria.
Y Gedeón le respondió: Ah, señor mío, si Yavé está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Y dónde están todas sus maravillas, que nuestros padres nos han contado, diciendo: ¿No nos sacó Yavé de Egipto? Y ahora Yavé nos ha desamparado, y nos ha entregado en mano de los madianitas. Y mirándole Yavé, le dijo: Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?
(Jueces 6, 13-14)
En medio de la tribulación yo no veía a Jesús, solo veía “mis” huellas. Mi lógica humana no permitía que yo viera que esas huellas en la arena, no eran las mías. Pero, quiero repetirte, cuando ya no me quedaban fuerzas, algo bueno pasaba y me impulsaba a continuar. Jesús me entregaba la razón para seguir luchando, me daba su amor para seguir creyendo.
Pude entender que necesitaba de todos estos sobresaltos, esas fluctuaciones, para fortalecerme como ser humano, para aprender a ser resiliente, para enseñarles a otros que Sí se puede.
Aprendí que por muy oscuro que se viera el vacío del abismo, ese hilo que me sostenía no era un hilo débil, era un hilo fuerte, el Hilo de su Amor. Su amor que me respaldaba, y continúa respaldándome. Ese amor que me dice “Yo te he dado fuerza, ve adelante, yo te envío”
Hoy quiero transmitirte eso a ti. Puede que estés atravesando una situación confusa o difícil, de pronto, has insistido tanto en algo que amas y no ves que haya resultados; quizá hoy estés a punto de desfallecer porque aquello que le daba sentido a tu vida, ya no está; quizá estés con el corazón roto y dolorido por la pérdida de un ser querido; porque en tu familia, la enfermedad ha tocado la puerta; porque la economía del hogar no te da para comer tan bien como se debe. Quizá haya un montón de problemas en tu vida que yo no me alcanzo a imaginar, pero Jesús te ha dado valor, y de allí vas a salir, de allí aprenderás, crecerás y verás que hay luz, siempre hay luz. Porque nunca estas solo, Él te lleva cargado en sus brazos.
Oro por ti.